Marrakech soñado, Marrakech vivido

Marrakech soñado, Marrakech vivido

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Paseo en calesa por los alrededores de la mezquita de la KoutubiaVisitar Marruecos por primera vez resulta algo intrigante. Asomar la nariz tímidamente por este país me provoca unas paradojas difíciles de explicar: desde los preparativos se encuentra uno sumergido en una atmósfera ensoñadora, que ya evoca los recuerdos que aún no se han vivido. El encuentro con un paisaje mediterráneo de palmerales, bajo el calor del sol, el abrazo cálido de la gente que vive hacia afuera, hacia la calle, el batiburrillo de los mercados donde todos confraternizan... Es algo conocido ya y me sorprende que sea tan familiar cuando paseo por sus calles. Se siente uno parte del escenario que visita incluso antes de haber llegado. Las fotos borrosas son un fiel reflejo de esta paradoja, esta sensación que deja un Marrakech soñado dentro de un Marrakech vivido.

Un paseo por los zocos nos mete de lleno en el bullicio de la medina. Las tiendas se abren al exterior, la mercancía se expone en las calles y los vendedores salen al paso de los viandantes. Puestos de ropa y juguetes conviven con joyerías y platerías, más o menos arreglados, la mayor parte desordenados, donde se puede encontrar casi de todo.

Marrakech - Caminando por los zocos

Como en un inmenso Rastro, podemos buscar el afamado aceite de argán, la rosa de mosqueta, el pañuelo bereber, las pulseras de plata o cobre, juegos de té... Recomiendan que no nos paremos. Pero si lo hacemos, nos arriesgamos a que sea el vendedor el que con su infinita amabilidad nos colme de sonrisas, nos embauque y nos invite a pasar, “no comprar, sólo a mirar”. Es más que probable que después de mirarlo todo, compremos muchas más cosas de las que hubiéramos querido. Y seguro que más caras que en cualquier otro lugar. Regatear, efectivamente hay que regatear, es el juego, si te paras, tienes que jugar. Se lo pasa uno bien. Son buenos actores, te hacen creer que llevas tú el mando, discuten, se enfadan como si les estuvieras estafando cuando bajas un poco más. Al final compras, y siempre tienes la sensación de que gana más de la cuenta. En fin, para eso está, son los reyes del comercio. Siempre van a ganar. Pero lo hemos pasado bien.

 Carros de zumos en la plaza de Jemaa-el-Fna

La medina es un laberinto de calles, ningún plano es fiable. Mohammed, el amable gerente del Riad Imilchil donde nos alojamos, habla español (como muchos en la ciudad), y nos guía mejor que los papeles. Nos da referencias para llegar a un sitio y poder volver al riad. Queremos alcanzar la famosa plaza de Jamaa-el-Fna. No cuesta nada entrar por el acceso del Café Francia. De día es un espectáculo de puestos para turistas, encantadores de serpientes y carros de bebidas de frutas. Cómo negarse a beber un zumo de naranja recién exprimido. De noche será otro espectáculo, para cenar, y bailar y contar historias a la luz de una hoguera...

Los rostros de la gente se quedan grabados aunque sólo sea de un vistazo fugaz. Todos entran a formar parte de esta neblina que es el sueño de esta ciudad, como si ya los hubiera visto antes en las calles de mi ciudad. El rostro del barbudo que recorre los zocos con su chilaba roja, o el anciano que camina distraído tocado con su fez blanco, el de la pareja de mujeres en blanco y negro –que son como cara y cruz- ataviadas con abayas, esos vestidos que las cubren de la cabeza a los pies,  la joven mujer que cubre sus cabellos con un colorido pañuelo y la madre tradicional con su vestido negro que acompaña a la hija más moderna que viste de modo occidental, con pantalones y gafas de sol, guardando el detalle del pañuelo que cubre su cabeza como única concesión... Todas forman la imagen más o menos borrosa de mi recuerdo.

 Marrakech - Mujer marroquí en los Jardines de la MenaraMarrakech - Mujeres ataviadas con la abaya pasean por la medina.Marrakech - Madre e hija caminando por la plaza Jemaa-el-Fna

Marrakech - Aguador de Jemaa-el-FnaRecuerdo que fuimos turistas, porque Marrakech se presta mucho al visitante occidental para que haga su papel de turista, admirador de todo y un poco despistado.

En nuestro camino encontramos más estampas típicas como el aguador de Jamaa-el-Fna, cada día es uno distinto, y ya no tiene mayor función que la de perseguir a los turistas reclamando unas monedas, pero es un personaje entrañable, con la llamativa vestimenta roja, su sombrero multicolor de flecos y los platillos dorados colgando dispuestos para ofrecer el agua que porta en una especie de zurrón de piel, aunque en la actualidad esto no sea más que su atrezzo. (Muchas cosas nuevas se pueden y deben probar al visitar un país, pero el agua, para el turista occidental, mejor embotellada, sin lugar a dudas...)

La idiosincrasia árabe se manifiesta también en las joyas arquitectónicas que descubrimos (para el que lo mira por primera vez, el monumento más fotografiado del mundo siempre será un gran descubrimiento a sus ojos). En efecto, los palacios más atractivos se hayan escondidos en la maraña de calles, ocultos con muros viejos y desgastados, sin apenas carteles que avisen de que por este callejón se accede a una maravilla.

Marrakech - Palacio Bahia, interior de una de las salas

Así penetramos en el Palacio Bahía, construido a finales del siglo XIX por Si Moussa, gran visir del sultán, para su uso personal; profusamente decorado conjugando los estilos islámico y marroquí, se cree que el nombre del palacio proviene de una de sus esposas y significa "brillantez" o "belleza".

Incluye un gran patio decorado con estanque central y está rodeado de habitaciones, destinadas a sus concubinas.

En sus estancias podemos admirar cómo juega la luz exterior que se cuela por las claraboyas y la riqueza de los artesonados.

Lleno siempre de visitantes, no sólo la luz juega en sus estancias, y a pesar de la multitud, el palacio invita a recorrerse sin prisas, ya sea solo o acompañado de guías voluntarios que se pueden encontrar a la entrada del palacio.

Cuenta también con una gran extensión de jardines.

 

Marrakech - Sala de las columnas del mausoleo principal de Tumbas SaadíesCerca están las Tumbas Saadíes, situadas en un jardín cerrado tras las calles comerciales de puestos de fruta y ropa, al que se accede a través de un estrecho pasillo. Descubiertas en 1917 datan del siglo XVI y son una de las atracciones principales de la ciudad.

En el mismo jardín se pueden ver más de 100 tumbas decoradas con mosaicos. En ellas están enterrados los cuerpos de los sirvientes y guerreros de la dinastía saadí.

El edificio más importante de las Tumbas Saadíes es el mausoleo principal. En él está enterrado el sultán Ahmad al-Mansur y su familia. El mausoleo consta de 3 habitaciones, siendo la más conocida la de las doce columnas, en la que están enterrados sus hijos.

La gente deambula libremente por el jardín y acaba haciendo una larga fila para admirar esta sala, a la que no se permite el paso y sólo se puede ver desde un pequeño portal (apenas caben dos personas).

 

Las murallas rodean toda la ciudad vieja, la medina. El tráfico es incesante, coches y motos atraviesan sus catorce puertas principales en cuyas cercanías se forman grupos de gente que esperan un autobús, o una furgoneta, medio comúnmente usado para desplazarse cuadrillas a los lugares de trabajo.

Marrakech - La muralla

El color rojizo de sus muros de hasta dos metros de espesor se debe a los materiales característicos de la zona de Gueliz y abunda en la mayor parte de los edificios de la ciudad. Recorre más de 19 kilómetros y separa la medina, caótica y enredada, de los barrios nuevos, ordenados en un dibujo más occidental. A las afueras, en los ensanches proyectados a la francesa, con avenidas despejadas y manzanas rectilíneas, se encuentran las cadenas hoteleras internacionales, los comercios de franquicia, los supermercados...

Seguimos la ruta que nos recomienda Mohammed, y alquilamos una calesa en la plaza de la Koutubia. El recorrido, no por habitual menos interesante y práctico: salimos hacia los Jardines Majorelle, un verdadero paréntesis de calma y éxtasis visual, un oasis de colores saturados en medio de la “Ciudad Roja”.

Marrakech - Casa taller museo bereber en los Jardines MajorelleLos jardines de Majorelle fueron creados en 1924 por Jacques Majorelle, pintor francés asentado en Marrakech, alrededor de su vivienda, un chalet estilo art decó que también estaba habilitado como su taller.

Compuesto de plantas exóticas y especies raras que trajo de sus viajes por todo el mundo, sobre todo cactus y bambúes, adornado con estanques y todo lo pintó con un color azul característico.

En 1980 Yves Saint-Laurent y su amigo Pierre Bergé fundan una asociación para la recuperación del Jardín Majorelle, que había quedado abandonado tras la desaparición del pintor, adquieren la finca que restauran e incrementan el número de especies vegetales del jardín de 135 a más de 300.

Conservan la parte de vivienda para su uso privado y transforman el taller en Museo Bereber, abierto al turismo donde exponen su colección personal de objetos de arte islámico.

Marrakech - Jardines Majorelle

La gente discurre sosegada por los caminos intrincados, la vegetación es espesa y el lugar es un remanso de paz y frescura, sobre todo en el ardiente verano de Marrakech. Da pena tener que salir de él, como tener que despertar de un dulce sueño...

Pero el coche de caballos nos espera, efectivamente nos está esperando a la puerta tal como convinimos, para llevarnos por las calles modernas hacia otros jardines, los de Menara, de grandes dimensiones, al contrario de los Majorelle. Si éstos invitaban al recogimiento, los otros invitan al esparcimiento, si unos eran azules, intrincados e introspectivos, los otros son cálidos, marrones y abiertos, con grandes explanadas de palmeras, bañados por el sol... Un sol que se está poniendo cuando llegamos y nos permite registrar una estampa inolvidable con el palacete de techo piramidal (que da nombre a estos jardines) al fondo.

Marrakech - Jardines de La Menara al atardecer.

Regresamos a la medina, y el coche de caballos nos devuelve al punto de partida avanzando por la amplia avenida de La Menara. Entre el tráfico, y con los últimos rayos de luz, la mezquita de la Koutubia tiene su encanto peculiar, una ancla del pasado en el ajetreo de una ciudad del siglo XXI... No podemos ver más (a los turistas no se les permite el paso al templo, sólo está abierto para el culto musulmán). Pero podemos sentir su llamada a la oración, un canto grabado como una letanía que después se encadena con el de otras mezquitas en la lejanía, formando como un eco que es la cadencia del atardecer en toda la ciudad.Marrakech - Mezquita de la Koutubia.

Con la noche, la ciudad se vuelve algo más canalla, pero siempre abierta a la calle. La medina ya no es como antaño y su laberinto de calles no tiene por qué transmitir inseguridad, aun así Mohammed nos acompaña hasta el riad donde nos invita a un té en la terraza, mientras contemplamos la luna menguante que corona las azoteas de los edificios.

Recuperamos fuerzas para salir otra vez, una cena improvisada en la plaza de Jamma-el-Fna, en uno de los puestos que se montan por la noche como en una fiesta permanente. La vasta plaza no se vacía nunca, y todo cabe en ella: esta hora, entre a los puestos de comida, decenas de voceros atraen con sus gestos a todo el que pasea hacia sus bancos y mesas. Se entremezclan los carritos de dulces que empujan desde unos niños a algún viejo (una caja, 20 dirhams, tú mismo escoge los que quieras), y algunos avispados venden toallitas y agua por las mesas, sabiendo que no hay agua corriente, todo el mundo se busca su negocio.

Marrakech - Cena improvisada en los puestos de comida en Jamaa-el-Fna.

Grupos de gente se forman por todas partes, alrededor de un contador de historias, un vendedor de juegos, o simplemente, al compas de las notas que unos muchachos despliegan en sus tambores, alrededor de una hoguera, mientras otros parecen bailar en trance...Marrakech - La noche en Jamaa-el-Fna se llena de grupos que bailan y cantan alrededor de una hoguera.

Subimos a uno de los varios establecimientos con terraza que dan a la plaza para contemplar el espectáculo en toda su dimensión. El ajetreo sigue hasta altas horas. Mejor dejar el reportaje en este punto, contemplando la vida que hierve ahí abajo y soñando con más viajes por este Marruecos que se reconoce tan cercano y menos extraño que nunca. El próximo destino nos está aguardando cuando despertemos mañana...Marrakech - La noche en Jamaa-el-Fna. 

 

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