Masada, no volverá a caer
Masada, no volverá a caer
Reportajes Viajes 06 Enero 2017 4809 hits
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- Categoría: Reportajes Viajes
- Publicado el 06 Enero 2017
- Escrito por Texto Oriol Puges, Fotos Andrés Magai
Sobre la cumbre de una meseta, en la región oriental del desierto de Judea, en Israel, y muy cerca de la costa del Mar muerto se encuentran los restos arqueológicos de Masada, con varios de sus palacios y fortificaciones.
Masada es conocida por la gran importancia que tuvo al final de la Primera Guerra Judeo-Romana, también conocida como la Gran Revuelta Judia.
La primera vez que le oí a alguien pronunciar el nombre de Masada fue hace más de 30 años, en clase de historia. Rodolfo, el “profe”, comenzó a explicarnos una historia que me cautivó muy especialmente:
“Mientras tengamos las manos libres y podamos empuñar una espada, concedámonos un generoso favor: muramos cuando nuestros enemigos no hayan conseguido todavía reducirnos a la esclavitud y despidámonos de la vida como hombres libres que somos, en compañía de nuestras mujeres y de nuestros hijos”.
Aquella noche, en Masada, la luna resplandecía en el cielo y la voz vehemente de Eleazar ben Yair, el caudillo militar, seducía como un canto los corazones extenuados de los combatientes zelotes.
Acababa de concluir la Pascua y se aproximaba ya el alba del 2 de mayo del año 73 d C. El asedio había comenzado cuatro meses antes y desde hacía unas cuantas horas la fortaleza que defendían podía considerarse perdida. A última hora de la tarde, los legionarios de Flavio Silva habían abierto a sangre y fuego una brecha irremediable en las murallas y ahora estaban esperando la luz del día para el asalto final contra aquel puñado de hebreos que se obstinaban en desafiar el poder de Roma.
¿Iba a sufrir Masada la misma suerte que Jerusalén, que tres años antes había caído en las manos de Tito y sus habitantes degollados o encadenados de pies y manos?
“Eleazar no estaba dispuesto a ello”, afirmó Rodolfo.
“No dejemos que nuestros enemigos experimenten el regocijo para con nosotros. Provoquemos su admiración con nuestro coraje…”
Esta fue su última frase porque en aquel mismo instante sus guerreros, impulsados por una furia incontenible, como poseídos por el diablo, se empujaban unos a otros, dispuestos a matar a sus mujeres, a sus hijos, a sí mismos. Y así lo hicieron: corrieron hasta sus miserables casas, se despidieron de sus seres queridos abrazándolos tiernamente y luego los atravesaron con sus espadas sin que les temblara el pulso”.
Una vez consumada la masacre, los guerreros acumularon sus pertenencias y prepararon con ellas unas grandes hogueras. Salvaron solamente una parte de su provisión de alimentos para demostrar a los romanos que no había sido el hambre lo que les había llevado a aquel suicidio colectivo. Luego eligieron por sorteo a diez de ellos, que se encargaron de llevar a cargo la matanza, y ante cuyas espadas los demás fueron presentando valerosamente la garganta dispuestos al sacrificio. Entre estos últimos diez supervivientes se eligió también a suertes a un último héroe, que se encargó de matar a los otros nueve y que finalmente se dio muerte a sí mismo. Al despuntar el alba, lo único que los legionarios romanos encontraron en la explanada fueron varios restos de hogueras humeantes y 960 cadáveres.
La roca de Masada, de unos 300 metros de ancho por 600 de alto, se yergue, majestuosa e indómita, a breve distancia de la árida orilla occidental del mar Muerto. Se trata de un accidente geológico impresionante, el refugio ideal e inexpugnable contra las invasiones externas. Con su combinación de emplazamiento espectacular e historia dramática, la fortaleza de Masada se halla en lo más alto de los lugares de Israel cuya visita es indispensable.
¿Pero quién y por qué se construyó esta formidable fortaleza? El año 39 a C reinaba en Judea un hombre astuto y ávido de poder: Herodes. Pero era un rey fantoche. Su título se lo debía a la interesada concesión de los romanos, que en el año 63 a C habían sometido Judea. Lo cierto es que el temor que le inspiraban la más que probable rebelión de los judíos y que Cleopatra, que por aquel entonces ya había conquistado el corazón de Marco Antonio, le matara para así poder ser nombrada reina de Egipto y de Judea, acabaron por convencerle. Fue entonces cuando Herodes fijó sus ojos en la roca de Masada.
Sin embargo, Masada no fue solamente una base militar inexpugnable. También allí se construyó un fabuloso palacio, una ajardinada villa colgante decorada con mosaicos y pinturas al fresco. Todos ellos pueden visitarse hoy día, llenando de un lógico estupor al visitante. Y una vez arriba, contemplando el paisaje lunar circundante, se divisan los contornos de los ocho campamentos construidos por los legionarios romanos. El escenario donde se produjo el asalto que tuvo lugar hace más de 2000 años está allí abajo, casi intacto, como si los combatientes lo hubiesen abandonado unas semanas antes.
Herodes murió sin necesidad de recurrir a Masada. La primera revuelta estalló en el 66, cuando un grupo de judíos zelotes tomaron la fortaleza a los romanos. El resto de esta dramática historia ya lo conocemos.
Hoy he tenido la oportunidad de pisar de nuevo este extraño lugar. Y el relato de Rodolfo adquiere vida en mi imaginación: “provoquemos su admiración con nuestro coraje…
Cuando uno ha estado allí se entiende porqué Masada constituye hoy un símbolo para Israel, divulgado por el juramento: “Masada no volverá caer”.
Más información: www.goisrael.es