Hadzabe, los últimos bosquimanos
Hadzabe, los últimos bosquimanos
Reportajes Viajes 01 Mayo 2020 2919 hits
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- Categoría: Reportajes Viajes
- Publicado el 01 Mayo 2020
- Escrito por Texto y fotografías Andrés Magai
Si hay un lugar donde parece que se ha detenido el tiempo, donde la civilización no ha llegado todavía, ese lugar es Hadzaland, o la tierra de los bosquimanos Hadzabe. Un pequeño y recóndito lugar que se encuentra al sur de las laderas del cráter del Ngorongoro, en Tanzania, en el centro del África ecuatorial.
Son muchos los pueblos existentes en esta parte del mundo, como los guerreros Masai y los guerreros Datogas en Kenya y Tanzania, los pigmeos en Uganda o los zulúes en Sudáfrica. Muchos han oído hablar de los bosquimanos del Kalahari, debido al intento de algunos gobiernos africanos de someterlos en poblaciones y agrupaciones pastoriles para borrar su memoria histórica. Desde la llegada de los primeros colonos, a los bosquimanos se les ha perseguido y asesinado para quitarles sus tierras en aras de la civilización.
Pero volviendo a nuestro viaje a las orillas del lago Eyasi, al sur de las laderas del cráter del Ngorongoro, nos encontramos con uno de estos asentamientos. Los bosquimanos de Hadzabe son uno de los grupos étnicos más fascinantes de esta parte del mundo. Para llegar hasta aquí desde Arusha, hay que viajar por la conocida ruta de los Parques del Norte, dirección Ngorongoro y Serengeti. Pasamos cerca del Parque de Tarangire, conocido por sus grandes manadas de elefantes, con una parada en la ciudad de Karatu, punto de encuentro de safaris, a orillas del cráter del Ngorongoro.
Aquí, a las faldas del volcán del Ngorongoro, se encuentra la Gibs Farm, un lodge puesto en marcha sobre las instalaciones de un gran cafetal cuyos primeros propietarios fueron unos terratenientes alemanes. Este Lodge, además de ser una de las paradas obligatorias para todas aquellos amantes del café, es muy recomendable para visitar un pequeño parque, cuyo recorrido se realiza a pie sobre una senda de elefantes —y con suerte, es posible toparse con alguno de ellos.
Después de viajar unas cuantas horas en todoterreno por tortuosas pistas de tierra, desde las lindes del cráter del Ngorongoro nos dirigimos a las orillas del lago Eyasi, hasta llegar a Gorofani un típico pueblo tanzano.
De adobe unas, de ladrillo otras, con techos de latón o de ramas y barro, las casas de esta pequeña población se levantan junto a la orilla de un riachuelo llamado Chen-Chen, que riega los campos de cultivo a los agricultores de la zona y da de beber tanto a personas como a ganado, nos encontramos muy cerca de la falla del Valle del Rift. Alcanzada la orilla del lago, se pernocta en una zona de acampada, una gran explanada de hierba con los servicios más elementales, también llamado Chen Chen. Rústico pero cómodo.
NO A LA ‘CIVILIZACIÓN’.
La comunidad de bosquimanos Hadzabe está integrada por unos 1.000 a 1.500 individuos, repartidos en pequeños grupos familiares. El número exacto de personas que conforman esta sociedad es muy difícil de especificar, pues no se dejan censar, además de vivir al margen de cualquier intento que realiza el gobierno de Tanzania de tenerlos agrupados, “civilizados” y así controlados. Son muy reacios a la “civilización” de sus miembros, y los pocos intentos que ha habido han consistido en secuestrar a alguno de sus niños para llevarlos a la escuela.
Una de las características más destacables de los Hadzabe es que pertenecen al grupo de los cazadores-recolectores: viven de la poca caza que les queda y de la recolección de frutos y raíces silvestres. El hombre se dedica a la caza mientras que la mujer se dedica a la recogida de raíces vegetales, larvas de insectos, huevos y miel de paneles silvestres. La caza es una de las actividades más importantes del bosquimano, actividad que le permite conseguir y llevar comida a su poblado.
La mejor manera de llegar a uno de los asentamientos Hadzabe es con la ayuda de alguno de los guías existentes en esta zona. El nuestro, de nombre Mamoya, era un tipo simpático, con aspecto rastafari gracias a sus trenzas —después nos confesó que era un apasionado de la música de Bob Marley—, que se encargó de llevarnos hasta un pequeño grupo de bosquimanos.
Los Hadzabe están repartidos en pequeños grupos familiares a lo largo de toda la zona conocida como el valle Mangola Chini. Encontrar un grupo de bosquimanos no es tarea fácil, pues una de las características de esta gente es su movilidad: nunca permanecen mucho tiempo en el mismo lugar. No disponen de cabañas, viven en los matorrales, aprovechan los arbustos grandes para cobijarse entre ellos, exceptuando la época de lluvias, en la que acuden a alguna cueva para refugiarse. De ahí viene su denominación en inglés, Bushmen u hombres de los matorrales.
A primera hora de la mañana, casi antes del amanecer, ya estaba nuestro amigo Mamoya esperándonos. La primera parte del recorrido se hace en todoterreno, unos kilómetros por pista y después campo a través. Y después a pie, esquivando zarzas, los pinchos de las acacias, admirando los majestuosos baobabs hasta que, de pronto, salidos de la nada, aparecen dos individuos, pequeños, tapados con unas enjutas pieles curtidas, con pequeños collares formados por frutos y semillas, observándonos con sincera curiosidad. Son los bosquimanos, son los Hadzabe, estamos en Hadzaland.
Después de los saludos de rigor y de despejar las curiosidades iniciales, comenzamos a comunicarnos con ellos, siempre con la ayuda de nuestro guía e interprete. Observamos que los Hadzabe pasan la mayor parte del tiempo hablando y contándose historias, se reúnen en pequeños grupos de cuatro o cinco personas formando un círculo.
El grupo que encontramos estaba formado por 20 individuos, bajo el control de una pareja de ancianos. En este grupo había un número bastante grande de niños, de todas las edades, desde bebés hasta adolescentes. Con nuestra llegada se produjo un revuelo, especialmente entre los niños, que no sabían si acercarse o no, si tocar nuestras pálidas pieles, nuestras curiosas ropas. Nos miraban con franca curiosidad.
Una de las primeras cosas que nos llamó la atención fue su lenguaje. Los Hadzabe utilizan el llamado lenguaje clic, chasqueando la lengua, al igual que los bosquimanos del Kalahari.
Ya en la tierra de los Hadzabe, comenzábamos a poder comunicarnos y a conocer un poco más de su forma de vida, de sus costumbres. El grupo tiene repartidas sus actividades: a la caza se dedican los hombres y a la recolección de frutas y raíces, las mujeres.
SUPERVIVENCIA.
Para la caza, el Hadzabe utiliza un pequeño arco de madera y un número limitado de flechas. Cada cazador es responsable de su arco y de sus flechas, elaboradas con ramas de arbustos kongolo que dan unos frutos parecidos a las avellanas. La longitud del arco es la misma que la del arquero que va a utilizarlo, su proceso de fabricación es lento y laborioso. Para fabricar las flechas utilizan ramas más finas y se ayudan con los dedos de los pies, que utilizan para sujetar la rama. A ésta le van dando forma como si fuera un torno, hasta conseguir una flecha perfecta.
Aprovechando las primeras luces de la mañana, salimos con tres experimentados cazadores del grupo, acompañados por dos perros de color canela y raza indeterminada. Ir de cacería con los Hadzabe es toda una experiencia. Son capaces de recorrer grandes distancias a pie sin mostrar el más mínimo indicio de fatiga. La zona por donde nos llevaron, cerca del lago Eyasi, es tipo sabana, con árboles baobab y acacias y mucho matorral espinoso. Tras una larga caminata, uno de los perros se puso tras la pista de lo que resultó ser una gacela Thompson.
La persecución resultó rápida, los perros siguiendo la pista y los cazadores acosando la presa, hasta que con una puntería fuera de toda duda, cazaron la gacela con un certero tiro de flecha. Hoy comerían carne, sin embargo no siempre tienen tanta suerte.
Cuando el objetivo de la caza es un animal grande, como puede ser el caso de un impala, un búfalo o una cebra, las puntas de las flechas se impregnan con un veneno vegetal que se elabora de la sabia de una planta conocida como panjupe. Para evitar contaminar la carne del animal, intentan retirar la flecha lo más rápido posible del cuerpo y cortan la carne que rodea la herida.
De vuelta al poblado, la alegría y algarabía fue grande, todos se arremolinaron a nuestro alrededor, se encendió una hoguera y, antes de darnos cuenta, la presa estaba desollada, la piel al sol para curtirse, y el animal al fuego.
Los niños se pasan gran parte del tiempo escuchando las historias narradas por sus mayores y aprendiendo el arte de la caza. De los 4 a 12 años se desafían entre ellos a ver quién es el más diestro en el uso del arco, haciendo ejercicios de puntería contra troncos de madera.
Por su parte, las niñas del grupo suelen estar más cerca de las mujeres del poblado, acompañándolas en las labores de recolección de frutos y raíces de pequeños arbustos. Para ello suelen salir en grupos de dos o tres mujeres, acompañadas o escoltadas por un cazador armado con su arco.
La sociedad Hadzabe se caracteriza por la ausencia de propiedades particulares. A excepción del arco y las flechas, los pocos enseres que posee el grupo son de toda la comunidad. Como dice el refrán, ‘No es libre aquel que tiene mucho, sino aquel que necesita poco’. Y los Hadzabe realmente necesitan muy poco y tienen mucho que ofrecer.
Más información en
https://www.tanzaniaparks.go.tz/
https://www.tanzaniatourism.go.tz/en